La espera
Son las 5:30 llevo diez minutos de los veinte que tengo pensado esperar a mi cita. Ella es una chica que conocí en una fiesta, la única interacción que tengo con ella es vía Facebook y el fin de semana que le marqué para tomarnos un café hoy miércoles.
5:31 ya es tarde, a ¿qué se debe su impuntualidad?, quedamos 5:30, ¿le habrá pasado algo?, ¿y si se perdió?, ¿ y si no le dije bien donde nos teníamos que ver..? No, eso es imposible, repasé lo que le iba a decir unas quince o dieciséis veces.
5:32 el tiempo sigue su curso habitual y ella no llega, es oficial, tengo ansiedad. Doy pasos en círculos sobre la acera; empiezo a extender mi mirada al horizonte buscando una rubia cabellera sin tener suerte alguna.
5:33 parece ser ella, veo su melena de sol es de la misma complexión que recuerdo de aquella fiesta (bueno, lo que recuerdo). Mi corazón se acelera, ahora mi presión sistólica debe ser de alrededor de 160 kilo Pascales o 160 Toneladas por metro o 20 elefantes sobre una pelota.
5:34 ahora viéndola bien, no es ella. Ya voy recuperando mis condiciones óptimas. Volteo y ella aparece detrás de mi. A una distancia de un metro veintidós centímetros la luz proyectada por ella tarda 4 mil-millonésimas de segundo en llegar a mis ojos sumado a la capacidad de reacción con la que la un humano promedio tarda en reaccionar entre un cuarto y medio segundo. El cerebro procesa las imágenes, evalúa la situación. Mi primera respuesta es una señal de asombro. Seguido de la emisión de una señal hacia la garganta, provocando que las cuerdas bucales vibren cerca de 2800 veces por segundo, agitando las moléculas de aire al rededor de esta para llegar a su oído en un tiempo de 3 milésimas de segundo. Todo para que luego ella reaccione con una sonrisa.
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