¿Y el equilibrista?

Cuando Zaratustra bajo de la montaña e intentó compartir sus saberes con el mundo se dio cuenta que nadie le prestaba atención. El público prefería deleitarse viendo a un equilibrista arriesgando su vida realizando asombrosas acrobacias. Zaratustra contemplando a la muchedumbre rodeando a tal espectáculo se preguntaba ¿qué hace tan atractivo ese espectáculo?
Cuanto más arriesgado era la suerte del equilibrista mayor era la exaltación de aquel improvisado  aglomerado. Tal vez lo atractivo de ese espectáculo es el permitirse creer, por al menos un momento, que es posible volar, que es posible desafiar a las leyes de la naturaleza, que la a veces mezquina realidad a la que nos enfrentamos no es exactamente lo que imaginamos; por un momento, podemos pensar en que al igual que el equilibrista, también somos libres.
El espectáculo terminó cuando el equilibrista se precipitó al suelo. El público se desvaneció poco a poco. El moribundo equilibrista yacía en el suelo. El único que contemplaba al miserable hombre era el mismo Zaratustra, se acercó a él y lo acompañó en su muerte.
¿Qué ha pasado con la gente?
Un momento anterior vitoreaba a viva voz las hazañas del joven acróbata. Ahora, es olvidado y reducido a un triste rumor de lo que algún día fue ¿Dónde quedó toda esa gloria? ¿A dónde se fue toda esa admiración? ¿Ése es el inevitable destino de cada estrella que se apaga?
Zaratustra podía verse reflejado en el rostro de ese equilibrista. Él buscaba a sus discípulos tratando de engatusar al pueblo con su discurso. Ahí se dio cuenta que un día también podía caer, y con su caída todo por lo que se había encerrado en esa montaña se perdería. Fue entonces que el ermitaño regresó a la montaña.
Algunos nacen para ser ermitaños y otros equilibristas. Y a ti.. ¿Qué te tocó ser?

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